lunes, 23 de diciembre de 2013

Dos días en la vida




 
Erika Kuhn


21/12/2013

Traje mi cuerpo al mar.
El mar no es azul, Erika. Es más bien una cosa como estar sentada frente a él mientras hace drenar sus olas. O quizás, como si fuera nuestro cuerpo llegando a la orilla y, a la vez, siendo arrastradas hacia el adentro de algo que no es un cuerpo propio sino un todo, pero desconocido.
Y pienso en este tema de la carne.
Erika, la carne es una excusa que siempre abandonamos. Venimos para abandonar, incluso, lo nuestro. Y, también, para reconocer, apenas, algo de aquello que todo lo rompe.
Un día viejo. Esto es un día viejo en el afán de crear esa hondura nueva. Un movimiento de agua. El sonido del agua. Y entonces el día viejo se empieza a estrujar contra las rocas y los pies, cubriéndolos como si pudiera ser manto y noche. Nos cubrimos con esa cosa que es siempre orilla y música y creemos que hemos asomado a la vida.
Las personas debiéramos ser piedras brillantes de cara al viento sonando casi como el gemido de un ventanal cuando se abre, y se descubre de todo. Esa desnudez que no sabemos asistir.
Esa desnudez frente al mar. Y el ojo ardiendo de sol.
¿Y detrás del ojo? Un dios que somos y que sólo sabe pedir limosna.
Hacia delante estamos arrojadas a lo nunca encendido. Las manos son para una luz a veces. Y revolver el mar. Igual que los pies. Tocar esas cuerdas del instrumento hasta el rompimiento. Así crecen las olas. Así crecemos y descrecemos. Así el fondo es esta ternura de la sangre.




22/12/2013

Querida Erika, es mi segundo día desintegrándome en esta vastedad que es el mar. Pero no admite sensiblerías. Yo leo como unas olas que se encastran en el cuerpo. Y todo adentro. Esa nostalgia que se nos hizo moneda corriente en la garganta, la blancura, siempre inédita, de las nubes, lo azul cada vez más azul (ese reconocimiento de no ser solamente un color).
De lejos veo una pareja. Y leo las voces. Hablan para que yo los traduzca en esta especie de carta, algo más que una anécdota. Creo que ella aprendió a preguntar cosas sobre los enigmas azules. Tienen una hija (siempre hay una hija). La mujer no sabe responder qué hay al otro lado del mar. Sólo mira como si creyera poder borronearlo de un plumazo. Esas ansias de la completitud. Recortar con el ojo en pequeños fragmentos el mar para saber cruzarlo.
Amiga, vos sabés que del otro lado es el mismo lugar a la inversa.
“De vivirte lo que más amo es mi cuerpo” lo escucho decir.
Ella va caminando hacia dentro. “Y lo cruza”. La estoy mirando mientras te escribo. Él la espera un rato y luego se reúnen en el mismo sitio de la ola. Saltan y sonríen. Esto que te decía sobre los enigmas. Ya lo ves, y sin embargo constantemente buscamos adentrarnos sin reparar en que las orillas también invocan esa verdad, irrefutable. El otro lado es el mismo. Lo que se acaricia en los bordes (esa intimidad del cuerpo).
Y se confían las manos porque, sostenerse cuando ese tropel apabulla, es ley.
La carne, Erika, y ese adentrarse por los bordes de la piel dicen una completitud casi insostenible. Lo mar del mar. 


 Noelia Palma